La hipoxia está generalmente asociada con las alturas,a gran escalas, siendo llamada mal de montaña. Es especialmente grave en altitudes superiores a los 8.000 metros, pero a partir de los 3000 ya puede darse en algunas personas, y especialmente en animales como perros o gatos no acostumbrados a la altura o de poca edad. También puede ocurrir mientras se bucea, especialmente con sistemas re-respiradores de circuito cerrado, que controlan la cantidad de oxígeno que es respirado. También es un problema a tratar con los vuelos de avión, donde los pasajeros están expuestos a grandes alturas y cambio de presión, solucionándose con sistemas de acoplamiento atmosférico.
Los síntomas de la hipoxia generalizada dependen de la gravedad y la velocidad del ataque. Estos incluyen dolores de cabeza, fatiga, náuseas, inestabilidad, y a veces incluso ataques y coma. La hipoxia grave induce una coloración azul de la piel o cianosis (las células sanguíneas desoxigenadas pierden su color rojo y se tornan color azul).
La hipoxia puede deberse a diferentes factores: baja concentración de oxígeno en el ambiente, la presencia de algún gas que compite con el oxígeno, por lesiones pulmonares, entre otros.
La hipoxia también está siendo utilizada de forma programada, con buenos resultados a medio-largo plazo, por deportistas que buscan el aumento del rendimiento deportivo como consecuencia de la mejora global del sistema de transporte de oxígeno. El método más empleado es la llamada hipoxia intermitente, el cual, de forma cíclica y por espacios cortos de tiempo, el individuo inhala aire pobre en oxígeno intercalando en cada ciclo recuperaciones con aire ambiente. Para este proceso se utilizan sofisticadas y caras equipaciones que, mediante filtros especiales, generan aire con bajas concentraciones de oxígeno, simulando estancias que llegan a ser de hasta 7500 metros de altitud.
La hipoxia aumenta la producción de eritropoyetina; con esto aumenta la producción de hematíes (eritrocitos), hasta que la hipoxia desaparece.
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